China, como no! ¡Tuvo que suceder en China! Aunque el primero de los manjares tu y yo se lo vamos a atribuir a cuando el descubrimiento del fuego tuvo su primera aplicación en la cocina.
Lo cual se le atribuye al Homo Erectus — Sucesor del Homo Habilis —, hace como 1,8 millones de años. (Año arriba, año abajo).
(Nos consta que algún asado se intentaron hacer).
Dice un manuscrito chino que durante los primeros sesenta mil siglos, la humanidad comió carne cruda, arrancándola o mordiéndola del animal vivo.
Período en una especie de edad de oro con el término de “Cho-Fang”, literalmente, “La Festividad del Cocinero.”
El manuscrito prosigue diciendo que el arte de asar, o más bien de tostar fue accidentalmente descubierto.
Y esta es su historia; El porquerizo Ho-ti, habiendo ido una mañana al bosque, siguiendo su costumbre, a recoger bellotas para sus cerdos, dejó su cabaña al cuidado de su hijo mayor Bo-bo.
Un muchachote bobalicón, a quien, gustándole jugar con fuego, se le escaparon unas chispas sobre un montón de paja que, ardiendo con rapidez, se extendió sobre su propia morada, hasta reducirla a cenizas.
Junto con la cabaña, pereció una cría de cerdos recién paridos, 9 por lo menos. “Los cerdos de la China” han sido considerados “un lujo en todo Oriente” desde tiempos remotos.
Bo-bo, destrozado por lo que habia hecho, mientras pensaba qué podía decirle a su padre, nervioso comenzó a restregarse las manos. Éstas, habiendo estado expuestas sobre los restos humeantes de una de esas pobres víctimas prematuras, hicieron que desprendieran un olor inusual que asaltó su sentido del olfato de inmediato.
¡Totalmente diferente de cualquier perfume que antes hubiera sentido! ¿Que era eso? ¿De dónde podía venir? No de la cabaña quemada. Imposible. Ya antes había sentido ese olor, pero nunca tan seductor. Al mismo tiempo una humedad precursora inundó su labio inferior.
No sabía qué pensar. No sabia que hacer. Lo primero que hizo fue agacharse para tocar al lechoncito por si presentaba alguna señal de vida. Se quemó los dedos, y para refrescarlos se los llevó a la boca.
Algunas pizcas de la piel chamuscada se habían desprendido adhiriéndose a sus dedos, y por primera vez en su vida (¡EN LA VIDA DEL MUNDO!) Probó … ¡El Chicharrón!
(Como lo que vendría ahora es un poco gore, por respeto al lechón, hemos decidido omitir esta parte. Pero lo irónico de esa crueldad, fué como descubrir un manjar de dioses y que yo aproveche para anunciarte los mejores patés y embutidos exóticos, de Ciervo, Gamo, Corzo y Jabalí).
“APTO PARA OMNÍVOROS.”
Surtidos sin intermediarios.
Cuando su progenitor entró en medio de los cabrios humeantes, armado con retribuyente garrote, y descubriendo lo que había pasado, empezó a derramar golpes sobre los hombros del joven Borbón, golpes tupidos como piedras de granizo.
─ Malvado tunante, ¿qué has estado devorando? No te alcanza con haberme quemado tres casas con tus juegos de perro y haberme arruinado, sino que tienes que comer … ¿Qué tenías allí, te pregunto?
─ ¡Oh, padre, el lechón, el lechón, ven a probar qué rico sabe el lechón! Los oídos de Ho-ti temblaron de horror. Maldijo a su hijo, y se maldijo a sí mismo por haber engendrado un hijo que comió lechón quemado.
Bo-bo, cuyo olfato estaba maravillosamente agudizado desde la mañana, pronto sacó a relucir otro lechón, y partiéndolo justamente en dos, puso por la fuerza la mitad inferior en los puños de Ho-ti, sin cesar de gritar:
─ Cómelo, cómelo, come el lechón quemado, padre, pruébalo solamente; ¡oh, Señor! ¡Que increible sabor da el lechón asado!
─ Y mientras profería tan bárbaras exclamaciones, seguía atracándose como si quisiera ahogarse.
Ho-ti sintió temblar todas sus articulaciones mientras vacilaba si entre matar o no a su hijo por ser un joven monstruo tan inhumano. Al chamuscarle el chicharrón los dedos como había hecho con los de su hijo, obró con el mismo remedio, probó el su sabor. Padre e hijo no lo dejaron hasta haber rematado todo lo que restaba de la cría.
“ARCOS DE CAZA DEPORTIVA”
«Clasificación: 7ª Catégoría.»
Bo-bo recibió la orden estricta de no dejar escapar el secreto. Los vecinos los habrían apedreado. Sin embargo, extrañas historias corrieron.
Se observó que la cabaña de Ho-ti se quemaba ahora con más frecuencia que nunca. Algunos estallarían en pleno día, otros de noche. Con la misma frecuencia que paría la puerca, la casa de Ho-ti entraba en llamas.
Al fin los descubrieron, y se desveló el terrible y macabro misterio.
Padre e hijo fueron emplazados a presentarse en Pekín, entonces insignificante ciudad de tribunales. Se dieron testimonio, y se pidió preparar para el jucio el mismo detestable alimento.
A punto de pronunciarse el veredicto, el presidente del jurado rogó que parte del lechón quemado, se les acercara al palco. Pues todos ellos se quemaron los dedos al tocarlo, como antes les pasó a Bo-bo y a su padre.
E indicándoles la naturaleza el mismo remedio a todos ellos, se lamieron los dedos. Y contra toda la evidencia de los hechos, y las instrucciones más claras que un juez había dado sin dejar el palco y sin ninguna clase de consulta, llegaron a un simultáneo veredicto de… ¡Inocentes!
El juez, que era hombre sagaz, hizo la vista gorda ante la manifiesta iniquidad de la decisión y, una vez disuelto el tribunal, fue secretamente y compró todos los lechones que podían conseguirse por amos o por dinero.
“Y HABLANDO DE ASADOS… ¿DONDE MEJOR PARA HACERLOS?”
¡Que en las barbacoas más demandadas para todos los espacios!
A los pocos días se observó en la ciudad que se incendiaba la casa de su señoría. La cosa salió volando, y entonces no se vieron más que incendios en todas direcciones. ¡Combustible y lechones se hicieron enormemente caros en todo el distrito! Una y todas las compañías de seguro clausuraron sus empresas.
Y así continuó esta costumbre de incendiar casas, hasta que, con el tiempo, surgió un sabio. ¡Alguien que hizo el descubrimiento de que la carne de cualquier animal, podía cocinarse (quemarse), sin necesidad de quemar toda una casa para guisarla!
“Y aquí se constituyó la primera forma rudimentaria de una parrilla.” Asar colgando el lechón encima del fuego. El asador llegaría un siglo y medio después.
“Disertación del Lechón Asado.”
– Charles Lamb / Ensayista inglés. –
Como dijimos al principio… Mejor se lo atribuimos al Homo Erectus. Pero no deja de ser una historia pero que muy interesente sobre el lechón asado.
De entre los ensayos más alegres de Lamb, se encuentra esta disertación cómica y despreocupada, sobre el placer de comer cerdo asado. Es un ensayo culinario de subgénero histórico.
Siendo el más famoso de esta tendencia, el llamado “A Modest Proposal” de Jonathan Swift, que aboga satíricamente por cocinar y comerse a los niños de Inglaterra.
Otro ejemplo más contemporaneo es el popular “Considere la Langosta”, de David Foster Wallace.
Que al igual que el ensayo de Lamb, explora las delicias de comer langosta pero, a diferencia del de este, persiste en la crueldad inherente de cocinar y comer al animal.
En el caso de los ensayos de Swift, Wallace y Lamb, hay un componente social esencial en su discusión sobre un alimento específico, y buscan extraer algo de sabiduría sobre la condición humana de las prácticas de cocinar y comer.
“Los humanos no solo sobreviven.
Ellos descubren, ellos crean.
¡Mira lo que hacen con la comida!”
Ratatouille of Pixar.
(Especie: Rattus norvegicus).
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